LA PROEZA DE VIVIR

LA PROEZA DE VIVIR
Mira siempre con los ojos del niño que fuiste

viernes, 16 de julio de 2010

MUJER TENÍAS QUE SER

















Desde este rinconcito,
                                que se me ha quedado pequeño,
os quiero escribir mi carta
                             con mucho amor,
     el que tengo
                               y el que pongo
                                                 en cada cosa que hago:
¡Soy mujer y a mucha honra!
Y aunque a veces me arrepienta de serlo tanto
no he perdido nunca
                                      ni la memoria
                                      ni el sueño
                                                               por lo que pudo ser.

                 Ya no leo ni a Lorca ni a Garcilarso.
                  Los desengaños me han hecho ser
                  más valiente y menos puntual.
                  Ahora escucho a Melendi y a Jarabe de Palo,
y algunas tardes,
                  cuando estoy tan cansada
                                                    que apenas si vivo en mí,
                       León Felipe es mi único espejismo.

Soy mujer
y no pierdo el sentido ni el conocimiento
de lo que me espera.
Mujer polivalente. Mujer rotunda.
Me vendo por un precio razonable al mejor amor,
             pero no me agotéis
                                        con demasiadas estupideces
                     que a partir de los cuarenta
                                         si hay que ir
                                              se va
               pero ya no se inquieta una si es innecesario.

                      Ya no sé si odio o amo a Gala
porque ya no me hacen sombra sus hembras poderosas.
       Porque ya no me hace falta
                                 ni que me midan,
                                 ni que me tallen,
                                 ni que me den de comer.
        Porque tendríais que verme ser.
Verme por un agujerito como yo me veo
cuando nadie me mira ni me reconoce,
completamente anónima,
invadiendo la calle con mis bolsas y mi esencia,
ajena a los desplantes de los que no saben nada,
combativa para ser mejor persona,
y orgullosa, orgullosa siempre
cuando oigo que me gritan:
                               ¡Mujer tenías que ser!

jueves, 10 de junio de 2010

HUBO UNA VEZ UNA NIÑA

Hubo una vez una niña
con los ojos transparentes,
una pequeña Isabel que contemplaba el mundo
como quien tiene tiempo
y  quiere saber
dónde está y cuánto vale
Una Isabel que tenía otro nombre que llevarse a la cama
y una familia que era toda su vida
           Y se levantaba cantando
       Y se lavaba cantando
   Y estudiaba cantando hasta los deberes
Una pequeña Isabel
      que enseñaba cantando a sus hermanos
a volver del Retiro
                          más puntuales
Una cándida Isabel
que comía con la boca tan llena de canciones
que se olvidaba hasta de dormir
Una Isabel arrapieza que aprendió a escribir lo que su mente canturreaba
sin mucho esfuerzo
mientras daba forma y color a las canciones que sus ojos preferían
casi cantando
Pero como cantar no era lo suyo
se murió su abuela de repente
Y su padre destrozado empezó a decirle con voz de padre:
¡No pierdas tu tiempo cantando
                               y pinta!
Y pasaron muchos días oscuros y bárbaros
pero no consiguió hacerle sentir ni mejor padre ni mejor hijo
¿Intentarás no tirar tu tiempo pintarrajeando
cuando lo tuyo siempre han sido las palabras?
añadía invariablemente padre,
con la solemnidad de los sueños agostados y un presente sin perdices
Y la niña Isabel 
que siempre fue muy alta
pensó que Dios tenía que ser otra cosa
Y dejo de ofrecerle su obediencia
Y empezó a guardarse tan adentro sus huellas y sus molinos 
que se llenó de versos y de lluvia
Y aprendió a cantar bajito envuelta en llamas
como un náufrago que viene a arder en otro incendio
Y pintaba
a escondidas
jardines llenos de flores
Y como la noche era
           tan solo para los lobos
                 escribía a oscuras con una inspiración insólita
                       Sin molestar a nadie
Y recorría las calles con sus ojos vírgenes
buscando una explicación que no doliera
Y empezó a dejar
cantando
que se amontonaran los días y sus noches
sin mucha esperanza
Y cuando sus hermanos dejaron de ser hermanos para ser problemas
y su padre 
empezó a correr por la casa con un hacha detrás de Carlos
  se convirtió en padre y en memoria
Y cuando su madre no pudo más
                            -sin rechistar-
         se mudó en madre
Y cantaba en el tren hacia Derecho
con un poco de escoliosis y mucha añoranza
porque necesitaba demasiado y con demasiado candor
Y pintaba con entusiasmo
los carteles de las fiestas a las que no iba
por hacerse un favor y nuevos desafíos
Y escribía mucho esforzándose menos
porque había descubierto a un precio asequible
una farola libre de perjuicios
que además de luz
portaba musas
Y repartía poemas en los pasillos
como quien comparte pasquines de chocolate
hasta que la noche no fue bastante para escribir
y sus versos 
fueron a parar a la puerta equivocada 
huyendo de un elfo que fingía ser niño
Hasta que un discípulo de Adán
con nombre de santo y los ojos llenos de encinas
 le ofreció la suerte de haberle conocido mejor a él que a otro
Y la hipnotizó muchas tardes de camino al trabajo
como una paciente araña enredaría al  insecto que quiere devorar
Y se apropió sutilmente de su virginidad incómoda
Y la condenó a no cantar con su voz de niña guardando ausencias
Y la oscureció lentamente
como si la odiase
para que no pudiera huir sin extinguirse
Y fue pasando el tiempo sin mucha solución
Sin duda los hados
andaban buscando curro en el Caribe
que allí hay mejor sol, y más caliente
Y de allí a la hecatombe
 todo fue un suspiro:
En un mismo verano se quebró su casa y su futuro
              con tanta naturalidad
que no tenía remedio
Mientras los hijos perdían la memoria y la noción del tiempo
en una moda que se disfrazaba de bálsamo
el padre se desbocó en un dolor que partía de unos genes díscolos
Isabel
que siempre fue alta y siempre será niña
presintió la pérdida una tarde de domingo
y se sintió nadie
Y escribió con una mueca de dolor el martes fatídico
una oferta de luz a cambio de la sangre de su hermano
sin mucha tristeza
que ella tenía menos ganas y brillaba menos
Pero no fue bastante
No llovía. Era el mayo hermoso de las flores
Pero la luna se volvió agria
y la muerte de Carlos le paró el despertador y la voz cantora
Como un turista desconcertado en una capital ajena
buscó unas escaleras para bajar al infierno
donde se habían dormido todos
Contó los escalones
Había que llevar la cuenta para subir
Pero sólo consiguió llegar al semisótano
con sus expadres en los brazos
Estaban tan cansados que se querían morir
en esta vida
y pidieron dejarse estar sin más anhelos
El mundo era un túnel sin estrellas donde perder un hijo no era el único llanto
Y no hubo oraciones que no aprendiera
Y no hubo sombras que no intentara romper para redimirlos
Pero no fue bastante
Y como Isabel era de un barro que no se cansa
vendió su biografía
se empeñó en mover a Aris hasta otro borde
improvisando con humildad y sin bravatas
unas huellas más dignas y con menos remordimientos
Y perdió la memoria de lo por venir
y dejó pasar los trenes
y se dijo
Nunca Nunca Nunca
Y se dio un respiro
Y empezó a bailar con una nueva música
que no salía del corazón
pero dolía menos
Y dejó de escribir y de sentirse viva
Y lo de pintar se lo legó a su hermano
Y cuando pensó que ya no había más que hacer
se encontró en la noche vestido de duende
un camaleón con los ojos verdes y el corazón cerrado
que le prometió que a él no le pasaría nada
Y lo convirtió en el padre de sus hijas
antes del 2020
Y como en todos las fábulas
fue pasando el tiempo
no a favor de todos
por igual
 La niña Isabel
en vez de crecer se fue rompiendo
Un pedazo para uno
Un pedazo para otro
Isabel no era dueña ni de su propio corazón
Y cuando se hizo insostenible
hasta seguir respirando
y no halló un puente abierto al que tirar las sombras
se  encontró un hermoso caballero de ojos azul invierno
que había cambiado su brioso corcel
por un sencillo piano
más aconsejable para cualquier espalda
            Y sin saber porqué 
ni cómo
al descubrir su dolor en sus pupilas esquivas
la dijo serenamente
no te preocupes por nada que va a cambiar tu suerte
contagiada de la mía
Y la niña Isabel
quedó temblando
herida de amor y de nostalgia
en un pliegue del viento
con los labios húmedos y abiertos
dispuesta a todo
esperando el beso de amor que siempre hay en todas las historias
incluso en las que no tienen finales felices.

lunes, 31 de mayo de 2010

SIN TITULO POR EL MOMENTO...








VI


Cuando todos se hubieron marchado, salí fuera y paseé deambulando por los alrededores un buen rato hasta que el viento que había reemplazado a la brisa enfrío mi ánimo. Todo era muy hermoso. Aunque una atmosfera turbadora circundaba la casa, disfruté con cada uno de mis nuevos descubrimientos. Desacostumbrado como estaba a gozar de tiempo ocioso empecé a preocuparme por las cosas que allí se podrían hacer. Organizador y expectante también reparé en otras construcciones más modestas, pero aquello era un palacio en el que me alegró descubrir unas antiguas caballerizas, que con poco esfuerzo y desembolso, se podían utilizar de nuevo. De inmediato pensé en traer caballos de Provenza para criarlos, como hacía mi tío René.
A unos doscientos metros de la construcción principal había una laguna de considerables dimensiones, rodeada de hermosos arboles entre los que destacaban unos vetustos sauces llorones. Al otro lado, se abría un pequeño bosquecillo de robles y encinas. En el estanque desembocaba un pequeño riachuelo deshilachado que nunca iría a parar a la mar. Sobre el pequeño pero antiguo puente románico que lo cruzaba, respiré el olor inmemorial de la tierra acre. Aquel era un lugar único detenido en el tiempo. Y era mío.
Una ráfaga de aire helado irrumpió amenazante, y devolvió a mis pulmones la memoria cercana de su convalecencia. Era un frío intenso, cadencioso y musical que me hizo regresar a la casa pensando cuán autentica y cuán honda era mi soledad.

La señora Ángeles y Nando no tardaron en regresar con el coche lleno de diversos víveres y viandas, algunas bebidas y otras cosas que se apresuraron en colocar y ordenar en la despensa, así como ropa de cama y abundantes mantas, pues estaba claro que la señora Ángeles estaba en todo. La casa ya iba caldeándose después de una ardua lucha para que las primeras ramas ardieran a tropezones. Yo me notaba cansado, no en balde estaba allí para recomponer mi mermada salud. Al verme ensimismado delante de la chimenea estirando hacia las llamas mis manos transparentes lanzó un suspiro inquieto y empezó a porfiar con los peligros del frío. Replicó en tono maternal que no había ningún problema si prefería hospedarme en el hotel, pero no insistió en las incomodidades de la gran casona. Volvió a la cocina y me dejó hacer en la biblioteca.
Dejé que el tiempo continuase entre las escaramuzas del fuego y las vitrinas de los incunables. La lectura de un voluminoso libro sobre heráldica me acompañó gran parte del mediodía, y para cuando me sirvieron una buena ración de pollo asado que se trajeron de la cocina del hotel, en una de las mesas de la biblioteca, con una botella de agua, otra de un buen vino tinto y otra botella de ron, yo ya estaba plenamente convencido de quedarme. Me lo dejaron preparado al detalle y una vez terminaron, me preguntaron si necesitaba algo más, pues querían regresarse todos de inmediato. Les dije “no hay problema, se pueden marchar”, casi sin levantar la vista del libro que me resultaba cada vez más interesante.
Oí displicente como Nando arrancaba el motor del coche y como se alejaba entre acelerones entrecortados. En unos instantes quedé solo, en el más absoluto silencio. Esta es la tranquilidad que realmente necesito, pensé sin originalidad. Solamente se escuchaba el chispeo de la madera al quemarse y el desplante del áspero papel al roce de mis dedos.

Aunque no recuerdo qué hora era, para mi estomago sin duda se había hecho tarde: tenía un hambre atroz. Me senté delante del pollo, que aunque ya estaba frío estaba muy bueno, y di buena cuenta de él entre trago y trago de vino. Cada vez me iba sintiendo más en mi casa. Después me tomé un café con un buen chorro de ron: la Sra. Ángeles había pensado en todo.
Me sentía satisfecho y me dirigí otra vez al lado de la mesa donde dejé el libro abierto en el punto donde lo había abandonado, sin olvidarme de la botella de ron ni de la copa que estaba apurando y a la que le eché otro buen chorro de licor.
Al mirar el libro me quedé sorprendido: parecía como si alguien lo hubiera ojeado mientras yo comía. Las páginas que mostraba no eran las mismas donde lo dejé. No era posible. En principio pensé que aquel ron debía ser más fuerte de lo que parecía, pero que en aquel punto fuera donde estaba escrito el origen de mi estirpe y nuestro árbol genealógico tampoco ayudaba a sacarme cuanto menos de mi asombro. Estaba estupefacto. Llegué a pensar que alguien me estaba gastando una broma. Alguien habría entrado en la biblioteca mientras yo comía sin que yo me diera cuenta. Pero no. No era posible. Yo seguía estando solo y nadie había entrado allí...
Me quedé un rato observando el libro, sin ni siquiera leer, intentando que mi mente asimilara aquel hecho tan extraño… Casi inconscientemente, fui volteando las páginas una a una, retrocediendo, hasta llegar al punto donde yo lo había dejado, pero no fui capaz de reemprender la lectura. Apuré la copa de ron y me serví otra que fui bebiendo a pequeños sorbos mientras me fumaba un cigarrillo, observando al mismo tiempo el crepitar de las llamas, sentado en un sillón frente la chimenea, aturdido. Me sentía cansado, pero no decidí irme a la cama pues pensé que me helaría en la habitación.
Estuve así un buen rato; sin que yo me diera cuenta el ron había desemponzoñado mi discernimiento hasta distraerme de mi anterior inquietud. Dejó de preocuparme el episodio del libro. Aquello habría sido seguramente fruto de mi aprensión en aquella casa. Había que desterrar esas estúpidas sensaciones.